01 Abril 2007
ENTUSIASMO. Penna, Sarrulle y Posse contaron sus experiencias a LA GACETA. LA GACETA / INES QUINTEROS ORIO
Cada uno está orgulloso de ser parte del comienzo de lo que consideran que será un nuevo boom productivo en Tucumán, como es la elaboración de vinos de alta gama, con gran demanda de exportación. Los empresarios Jorge Posse, Raúl Penna y Oscar Sarrulle poseen entre los tres 30 hectáreas de viñedos en los Valles Calchaquíes, de variedades que van desde malbec, cabernet, merlot y el tradicional torrontés. Juntos, sonrientes y optimistas, los tres emprendedores visitaron LA GACETA para contar sus ilusiones y experiencias, y no descartaron que en un futuro puedan encarar un proyecto asociativo conjunto.
La situación de los tres vitivinicultores es distinta entre sí. Posse es dueño de 20 hectáreas de viñedos en la Quebrada de Los Chañares, entre Quilmes y Fuerte Quemado, y de nada menos que de la primera bodega para albergar vinos finos en Tucumán, que hasta ahora le demandó una inversión de U$S 2 millones. “Empezamos a invertir hace siete años, y sólo ahora veremos los primeros resultados”, subrayó.
Penna, entre tanto, posee cinco hectáreas en Colalao del Valle, en un emprendimiento que inició casi por casualidad hace 10 años. “Compré una propiedad en los valles para descansar y decidí poner una parra en el patio. Pero luego Orlando Recall, de Mendoza, me entusiasmó para que aprovechara el terreno y que plantara viñedos, y así comencé”, comentó. Por ahora, Penna no elabora vinos; vende su uva a la bodega Domingo Hermanos, de Cafayate.
Sarrulle opina que aunque la producción de vinos finos es aún embrionaria, la actividad podría alcanzar un destino similar al de la citricultura, que nació tímidamente a finales de los 50 y hoy produce el mejor limón del mundo. “El valle de Yocavil es mágico”, sintetizó este productor que contrata un servicio para industrializar su uva y así obtener su propio vino. “He comprado el servicio porque no podría dar el paso de la inversión en industria mientras no tenga resuelto el tema de mercadeo”, explicó.
Posse asegura que el clima de los valles tucumanos es más apto que el de Cafayate para la elaboración de vinos de alta gama. “Tenemos mucha amplitud térmica; estamos a más altura que Cafayate, y en una zona más abierta, con más viento y más aridez. Cuanto más kilos de uvas por hectárea se obtienen, menor será la calidad del vino resultante”, subrayó.
Obstáculos
Una de las principales dificultades que los vitivinicultores detectan para la expansión de la actividad está relacionada con obstáculos que provienen del Estado. “El tema de la tierra es muy complicado en los valles. La única finca grande que tiene los papeles en orden es la que yo fui comprando de a pedazos, que tiene escrituras y todos los papeles al día. Además, hay personas que se quieren llevar tierra, madera, etcétera, con el argumento de que son autóctonos, cosa que no es cierto”, destacó Posse. Por su parte, Penna sostuvo que es notable la ausencia del Estado en este tipo de emprendimientos. “Yo no lo necesité, pero ha sido una máquina de impedir”, sentenció. “Estaba limpiando un campo donde pago impuesto de riego, y el inspector de bosques no me dejaba sacar las talas porque hay un viejo decreto provincial que dice que no se puede cortar ningún árbol después de los 200 metros sobre el nivel del mar. Tuve que presentar un amparo en la justicia”, remarcó Penna.
La situación de los tres vitivinicultores es distinta entre sí. Posse es dueño de 20 hectáreas de viñedos en la Quebrada de Los Chañares, entre Quilmes y Fuerte Quemado, y de nada menos que de la primera bodega para albergar vinos finos en Tucumán, que hasta ahora le demandó una inversión de U$S 2 millones. “Empezamos a invertir hace siete años, y sólo ahora veremos los primeros resultados”, subrayó.
Penna, entre tanto, posee cinco hectáreas en Colalao del Valle, en un emprendimiento que inició casi por casualidad hace 10 años. “Compré una propiedad en los valles para descansar y decidí poner una parra en el patio. Pero luego Orlando Recall, de Mendoza, me entusiasmó para que aprovechara el terreno y que plantara viñedos, y así comencé”, comentó. Por ahora, Penna no elabora vinos; vende su uva a la bodega Domingo Hermanos, de Cafayate.
Sarrulle opina que aunque la producción de vinos finos es aún embrionaria, la actividad podría alcanzar un destino similar al de la citricultura, que nació tímidamente a finales de los 50 y hoy produce el mejor limón del mundo. “El valle de Yocavil es mágico”, sintetizó este productor que contrata un servicio para industrializar su uva y así obtener su propio vino. “He comprado el servicio porque no podría dar el paso de la inversión en industria mientras no tenga resuelto el tema de mercadeo”, explicó.
Posse asegura que el clima de los valles tucumanos es más apto que el de Cafayate para la elaboración de vinos de alta gama. “Tenemos mucha amplitud térmica; estamos a más altura que Cafayate, y en una zona más abierta, con más viento y más aridez. Cuanto más kilos de uvas por hectárea se obtienen, menor será la calidad del vino resultante”, subrayó.
Obstáculos
Una de las principales dificultades que los vitivinicultores detectan para la expansión de la actividad está relacionada con obstáculos que provienen del Estado. “El tema de la tierra es muy complicado en los valles. La única finca grande que tiene los papeles en orden es la que yo fui comprando de a pedazos, que tiene escrituras y todos los papeles al día. Además, hay personas que se quieren llevar tierra, madera, etcétera, con el argumento de que son autóctonos, cosa que no es cierto”, destacó Posse. Por su parte, Penna sostuvo que es notable la ausencia del Estado en este tipo de emprendimientos. “Yo no lo necesité, pero ha sido una máquina de impedir”, sentenció. “Estaba limpiando un campo donde pago impuesto de riego, y el inspector de bosques no me dejaba sacar las talas porque hay un viejo decreto provincial que dice que no se puede cortar ningún árbol después de los 200 metros sobre el nivel del mar. Tuve que presentar un amparo en la justicia”, remarcó Penna.