Viudas
Por
algún movimiento mal calculado, todos nos hemos golpeado el codo alguna vez. Y
al hacerlo, sentimos una especie de corriente eléctrica, un dolor agudo,
intenso y punzante. Lo curioso es que este calambre tan molesto dura pocos
segundos y, una vez que pasa, la normalidad se restablece por completo. La
sabiduría popular lo ha bautizado “dolor de viuda” porque, aseguran, duele
mucho pero dura poco. ¿Será así?
En realidad no existe, lógicamente, un protocolo que indique cuál es la duración del duelo y cuándo –y cómo- la viuda debe “volver al mundo”: no sólo al mundo de las reuniones familiares o sociales, sino al de los “solos y solas”. Es decir, al de los que están dispuestos a conocer personas nuevas, tener citas, encuentros sexuales, enamorarse, armar una pareja…
Vida de viuda
Un
aura diferente rodea a la mujer que enviuda respecto de la que se ha separado.
Si bien las dos quedan “libres”, disponibles para una nueva relación, sobre la
que ha perdido al marido recae una mirada social diferente. En contextos muy
tradicionales existe una creencia arraigada, casi un tabú, y es que las viudas
no están interesadas en el sexo. Quizás las que se libran de este estigma son
las jóvenes (siempre que no tengan hijos muy chicos, en cuyo caso los amigos y
parientes suelen dar por sentado que, por un buen tiempo, se dedicará por completo
a su rol de madre y padre).
Pero lo frecuente es
que las que pasan a este estado civil no sean tan jóvenes ni tengan hijos tan
chicos. Situación que las hace cargar, además, con los prejuicios que
desaprueban la sexualidad de las mujeres maduras.
Lamentablemente es
común que hijos e hijas grandes se opongan en forma más o menos explícita a que
su madre, llegado el momento, se disponga a entrar en el ámbito de las parejas.
De hecho, algunos llegan a convertirse en verdaderos tiranos, convencidos de
que sus opiniones son las que cuentan. Y lo hacen impulsados por diferentes motivos:
el deseo de proteger a la que se ha quedado de pronto sin su compañero de años,
el sentimiento de que sería traicionar al padre, los prejuicios sociales (el
famoso “qué dirán”), los temores económicos, la aversión a la idea de una madre
sexualmente activa y las propias frustraciones (a la viuda se le presenta la oportunidad
de empezar de nuevo, mientras ellos, quizás, están atrapados en relaciones
infelices), por poner algunos ejemplos.
Lo esperable es que los
pares –hermanos/as, cuñados/as, amigos/as- sean más flexibles y comprensivos
con este tema. Son los más apropiados, de hecho, para oficiar de celestinos
(pero ojo: tampoco están exentos de los celos, los prejuicios y las actitudes
reprobatorias).
Una decisión
personal
Desde luego, no es
obligación que una mujer cuyo marido ha muerto se fuerce a buscar una pareja.
Algunas no se sienten -o no se sentían desde antes- demasiado interesadas en el
sexo (aunque más de una recuperará el interés). Un grupo dirá que no les atraen
las perspectivas románticas y que su vida afectiva pasa por las amigas, los
hijos, los nietos, la familia de origen. Otras quieren destinar su energía a un
proyecto nuevo, pero que no involucre potenciales candidatos: un
emprendimiento, hacer servicio, jugar un deporte, aprender un idioma o alguna
otra cosa que estaba relegada, viajar…
Por otra parte, existe
una realidad: los hombres –siempre hablando de heterosexuales- suelen tenerla
más fácil: hay más solas que solos y un rango de edades más amplio los favorece
a ellos. Pero también, como es bien sabido, todo es cuestión de actitud:
mantener una mente abierta es la única manera de ampliar el mundo social y, por
lo pronto, hacer uno que otro amigo para
salir a tomar un café, ver una película, dar un paseo. Algunas experimentarán
por primera vez la amistad con un hombre y pueden llegar a sorprenderse de la
riqueza de ese intercambio.
En todo caso se trata
de una decisión personal, que no debiera estar condicionada por temores,
mandatos sociales o imposiciones de otros (así sean de las personas más
queridas). En una palabra, lo justo y saludable es que el “cómo sigo de ahora
en más” responda al genuino deseo de la persona que, a fin de cuentas, vivirá
esa vida.